Hace unos días estaba escuchando un estudio del hermano Antonio, de la
Casa de Estudios Cielos Nuevos y Tierra Nueva, donde el hermano hace una analogía de la situación de los creyentes de la doctrina tradicional, con un grupo de barcos navegando en el mar en total oscuridad y sin aparatos de navegación.
Me sobrecogió la imagen de cientos de barcos surcando los mares, unos enormes como trasatlánticos, otros pequeños como barcas de pescadores... Unos a toda velocidad, y otros remando... Pero todos sin un farol, sin una luz, en un cielo sin estrellas ni luna... Nada que les advierta de la cercanía de otro barco, excepto el ruido de los remos, o el ruido de motores. Tampoco ningún faro que les advierta de la cercanía de tierra... Nada.
¿Qué pasaría entre todos esos barcos? Seguramente que se la pasarían chocando unos contra otros; algunos terminarían hundidos y sus ocupantes ahogados; otros barcos sólo sufrirían pequeñas averías, dependiendo de contra qué choquen. Aún los más grandes terminarían encallados o en peligro de hundirse, si chocan con un arrecife cercano a las costas.
¿Y por qué sucederían todas estas catástrofes? Por la incapacidad visual, la ausencia total de una luz guía, de la luz que ilumine y revele la posición de cada embarcación; por la falta de parámetros para poder determinar un rumbo, incapaces de llegar a puerto seguro.
Y es exactamente la situación de hoy en día. Los creyentes son como barcos sin timón, sin capitán, sin aparatos, sin luces de navegación, en un mar oscuro sin luna y sin estrellas. Y todo porque han decidido dejar la Torá, la única Luz que nos puede guiar al puerto seguro, al correcto, y sin chocar con los demás.
Imaginemos que, de pronto, a alguien se le ocurra que el metro, la unidad del Sistema Métrico Decimal ya no será más la unidad de ese sistema, sino que cada quién podrá determinar esa unidad, en base a sus propios deseos, a su identidad de género, o a sus preferencias sexuales. Y el que se oponga, recibirá todo tipo de etiquetas fóbicas, como se acostumbra hoy en día.
Sin un parámetro, sin una única regla guía, estamos como en la época de los Jueces:
Jueces 21:25 escribió:
En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.
Lamentablemente, la venda puesta sobre los ojos de los cristianos adoctrinados, es sumamente difícil de retirar... Seguimos orando para que el Eterno traiga a su redil a sus ovejitas perdidas.
¡Shalom!